domingo, 18 de abril de 2010

Armindo, protagonista de un reportaje en el periódico de tirada nacional La Razón


Nada menos que tres páginas le dedica el periódico nacional La Razón a un reportaje realizado al jugador del Daimiel CF, Armindo. El motivo del reportaje es dar a conocer la realidad de los futbolistas de los equipos más modestos del fútbol nacional. Armindo pertenece a la AFE, la Asociación de Futbolistas Españoles, y quizá por eso haya sido elegido para que La Razón explique cual es su situación y la de muchos futbolistas que, como él, un día vivieron el lado dulce del fútbol como profesionales, y ahora ven el amargo desde el lado más amater. El reportaje aparece en la semana en la que ha estado a punto de haber una huelga de futbolistas, Aquí os ponemos todo el reportaje.

El reportaje lo firma José Aguado. El reportaje aparece en la edición impresa de La Razón de hoy domingo día 18 de abril.

Jugadores inmigrantes, que vinieron a jugar la Liga de las estrellas, no cobran en equipos de Segunda B y Tercera
Armindo pone una cinta VHS para enseñar su gol de falta con el Almería en la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, mientras Carolina y Victoria, sus hijas, juegan en una de las dos habitaciones (antes tenían una casa de tres). Presumen de sus «Magic» y de una pequeña figurita de Pegaso, que dicen que se ilumina en la oscuridad. Una de las niñas se mete en el baño y apaga la luz. «Se ve, se ve», dice, sonriente. Pero la oscuridad es absoluta y, en realidad, no se ve nada. Armindo, de 35 años, pide que no molesten y sigue con el vídeo. Un jugador del Almería con el número 2 levanta la pelota sobre la barrera, marca gol y corre a celebrarlo por la banda. La típica cinta reutilizada para varias grabaciones continúa y de vez en cuando una línea cruza la pantalla, otra grabación vieja a punto de aparecer. Al final, se ve al número 2 del Almería, en otro partido, dando un pase largo. El delantero para el balón con el pecho y antes de que caiga remata a gol. Los futbolistas, entonces, se abrazan con la locura de quien está viviendo un momento único. Los periodistas se abalanzan con el micrófono alrededor de ellos y el público grita con los brazos en alto. «¡Qué golazo!», dice Armindo.

El primer tanto de falta ayudó al Almería a subir a Segunda, el pase del segundo ayudó al equipo a no descender al año siguiente. Más o menos, es un resumen de lo que es la felicidad para un futbolista. Fue hace más de diez años. Otra vida. Armindo, brasileño e italiano, vive ahora en Ciudad Real y juega en el Daimiel, en Tercera. Ahora queda con sus compañeros para ir a entrenarse juntos en un coche y no gastar más gasolina de la necesaria. Han convencido al entrenador (que en realidad es bombero) para que sea menos estricto y se entrenen un día menos. El objetivo es quitar otro entrenamiento a la semana. Como se fue el presidente que prometió pagar las nóminas y hacer un equipo potente y preparado para el ascenso, la gente del pueblo se ha hecho cargo del equipo y paga a Armindo la mitad de lo que cobraba, pero al menos le paga. 700 euros son un tesoro. «Pero estoy muy contento, porque no me han mentido y todos los meses cobro», cuenta el futbolista, un experto en presidentes con más promesas que dinero. Este mes tiene que ganarse parte de la nómina (200 euros) vendiendo boletos del sorteo de un coche.

El pasado de la tele era glorioso, el presente pinta dramático: tiene dos hijas y su mujer, Ana, está embarazada de otra, paga el alquiler y el seguro de un coche con tantos años que no sabe muy bien cómo arranca, si es que lo hace. Cuando jugó en el Almería se compró una casa allí, pero el inquilino no le pagaba y hasta hace poco no ha podido echarlo. En realidad tampoco lo ha echado. Se ha ido. También paga esa hipoteca.Y más: ha pedido dinero a su hermano en Brasil, que le ayuda, al igual que otros amigos que ha hecho en varios equipos. No va a cenar fuera, no va al cine; los lujos ocurren en otro planeta. Su mujer cuidaba a una niña de unos vecinos para ganar algo de dinero y ayudar, pero, embarazada de siete meses, no le ha quedado más remedio que dejarlo. Esto no acaba: en diciembre la mitad del equipo se marchó porque no pagaban. Armindo lo pensó y desechó la idea. Con su mujer embarazada y sus hijas felices en el colegio, no podía moverse. Al irse muchos de sus compañeros, el equipo tuvo que reforzarse. No había dinero para fichajes, así que los nuevos que han llegado son los que mejor juegan en el pueblo.

Armindo, que se ha enfrentado a futbolistas que ahora están en Primera, lo cuenta sin desolación. Se toma con humor haberse cambiado a un campo más pequeño para que sea más difícil para los rivales. Competir en serio es una broma. Continuamos: él piensa que quizá tenga que volver a Brasil, donde está su hermano, porque la situación se hace insostenible. Ha vendido una casa que tenía en su país. Por eso aguanta, aunque no sabe hasta cuándo podrá estirar el dinero. Y más desgracias: Armindo tiene 35 años y sólo sabe «jugar al fútbol». Quiso sacarse el carné de entrenador, pero las clases coincidían con los entrenamientos y, si no has jugado en Primera, es mucho más complicado.

Está atrapado. Su mujer no quiere ni comentar lo de su posible vuelta a Brasil. En España están tranquilos, aunque sin dinero y sin apoyo familiar cercano. Han preferido no decirle nada al padre de Armindo y, como su hermano le insiste para que regrese, él no puede dejar de darle vueltas, pese a la opinión de su esposa. Quizá unos meses, él solo, y volver después. Quizá. Tras tantas desgracias, tiene un consejo: «Yo no recomendaría a nadie que se hiciera futbolista. Esto está muy mal».

Si Adama Guira lo hubiese sabido, quizá se lo hubiese pensado antes. Juega en el Alicante, en Segunda B, y vive con sus compañeros en una residencia del presidente. Como no les paga, les da un sitio para dormir. A punto de cumplir 22 años, no tiene cargas familiares, pero sí un sueño que cumplir y que se aleja. En Burkina Fasso el fútbol no es profesional y llegó a España hace dos años para ganarse la vida. Ahora no le pagan. Su familia son sus compañeros del equipo, mientras que sus padres sospechan que algo no va bien porque su hijo hace ya tiempo que dejó de pasarles dinero. España era la tierra prometida: el Madrid, el Barcelona, poder jugar la Liga de Campeones. «No esperaba que pasase algo así. Fuera, esto no se conoce. Estoy aquí en la residencia del equipo, nos dan de comer. No hago nada».

Adama pensaba que en los dos primeros años en España había pasado lo peor: no sabía decir ni «hola», el idioma le parecía incomprensible e imposible de aprender y detestaba la comida. Su sueño era una pesadilla. Podía haber elegido otro país, pero prefirió España. Suena bien el fútbol español, engaña bien: Cristiano Ronaldo, Messi... «Yo no me esperaba esto, no recomiendo a nadie de mi país que venga aquí». Cuando ya le gusta la comida y habla y entiende perfectamente una conversación por teléfono, le dejan de pagar. La pesadilla no tiene fin. Ahora espera que con el acuerdo firmado por el fútbol esta semana todo se haya solucionado. Más vale, porque Armindo puede contar a Guira y su juventud ilusionada cómo es el fútbol de verdad, no ese que sale en la tele.

El brasileño saca las fotos y los recortes de periódico y puede contar sin parar toda su vida. Lo de este año en Daimiel sólo es un triste colofón. La historia empieza mucho antes: después de haber logrado la permanencia con el Almería gracias a su pase, volvió al equipo tras el verano. Había presidente nuevo con nuevas ideas y nuevos futbolistas. Nunca sabes detrás de qué verano se encuentra el abismo. Le echaron, le pagaron el año que le quedaba y empezó a recorrer España. Como si fuese Labordeta, sólo que más sonriente, delgado y con un acento brasileño que fue perdiendo y que ahora, que piensa en volver, está recuperando. Estuvo en el Palamós, siete meses sin cobrar y sin que sus hijas ni su mujer se adaptasen a Cataluña y al catalán. Estuvo en Badajoz, encerrado en el vestuario diez días en diciembre para protestar porque no le daban la nómina prometida, en Motril, en el Villanueva de Córdoba y en el Manchego. Si le han pagado, nunca ha sido a tiempo.

En el Manchego posó desnudo para un calendario del equipo, a ver si de ese modo lograba algo de dinero. En una foto de las 12 a él se le corta un pie y le faltan los dedos, algunas fotos están muy oscuras, otras demasiado iluminadas. Se ve a futbolistas tapándose con balones y el resto de cuerpos desnudos. Da un poco de grima. «La verdad es que no quedó muy bien y creo que al final, después de todo el trabajo, perdimos dinero. Yo, al menos, vendí todos los calendarios que me dieron». Hasta ahora los presidentes de los equipos humildes fichaban y formaban un equipo ambicioso. Convencían a los futbolistas con la promesa de pagar, de que todo iba bien y ya en septiembre dejaban de dar las nóminas. Antes tenían más paciencia o un poco más de vergüenza y aguantaban un poco más, hasta abril, mayo.

Con el tiempo, su olvido fue más rápido y en el primer mes dejaban de pagar. Era el punto de partida de una situación que no acaba nunca. Armindo lo vive: «Entonces tienes que esperar un par de meses más sin cobrar y poner la denuncia, pero eso no se decide hasta el año siguiente». «Muchos futbolistas no tienen ni para comprar fideos», dicen desde la AFE, la asociación de futbolistas que ha llegado a un acuerdo para que se paguen las deudas y para que los clubes no puedan seguir compitiendo si no están al día. Armindo lo escucha con la ilusión de quien cree que es la solución a todos sus problemas. Pero todavía no le afecta. El acuerdo es para Segunda B; Tercera tendrá que esperar.

Como él espera Diego, argentino, que juega en Los Barrios, y que está cerca del límite. Con 35 años, llegó a España para acabar su carrera. «Me ha tocado vivir la peor crisis de todos los tiempos. La verdad es que esto no está como pensé que iba a estar. Vivo del fútbol, tengo familia y yo vengo de fuera. Nadie más me apoya». Le queda la resignación y la conciencia de que no es especial por ser futbolista e inmigrante: «Nosotros lo estamos pasando muy mal, como mucha gente en España». Le queda también la esperanza de cobrar al fin todo lo que le deben, igual que Adama sueña con que le fiche otro equipo que pague. O Armindo se ilusiona con que le salga otra cosa, lejos ya de ese campo, esa cárcel. «¿Cómo se hace para encontrar un trabajo que no sea de fútbol?», pregunta Ana, su mujer, sonriendo.
La huelga que nunca tuvo lugar
La quiebra de muchos equipos humildes es, en parte, consecuencia de la crisis inmobiliaria. Cuando el dinero del ladrillo se secó, los dueños de algunos clubes en el levante español dejaron de gastar en su capricho. Se paró la economía y el fútbol con ella. El nuevo presidente de la asociación de futbolistas españoles, Rubiales, ha conseguido esta semana un acuerdo para acabar con algunas situaciones dramáticas con la amenaza de la huelga. Él fue un futbolista humilde y conoce lo que sucede: «Durante mucho tiempo no se han puesto las medidas. Nadie quería, mientras los futbolistas humildes se bajaban el sueldo entre un 30 o un 40 por ciento y después no cobraban». Llegó al cargo y amenazó con parar todo el fútbol. Rubiales confía en haber solucionado el problema por abajo.

Los expertos temen lo que pueda suceder en la élite. La deuda de los clubes de Primera y Segunda, a junio de 2009, superaba los 4.000 millones de euros. El Madrid, con 683 millones, lidera la clasificación. Y pese a ser la entidad con la deuda más alta, es, junto al Barcelona, la menos preocupante. Ambos tienen capacidad para refinanciarse, por su impacto mediático. Más complicado resulta para otros clubes, cuya solución parece complicada. El Valencia debe 550 millones, el Atlético, 511. Es una cantidad de dinero que genera intereses cada año y que, además, se incrementa. Casi todos los clubes tienen más gastos que ingresos y así resulta casi imposible reducir las cargas.

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